jueves, 8 de diciembre de 2011

La economía africana que funciona y escapa de "nuestras" normas

Lola López, antropóloga y coordinadora del CEA, dibuja el sentido de lo que denomina “economía popular urbana” con la gráfica descripción de una imagen. El mercado de Lomé, la capital de Togo. Una mujer junto a una sábana tendida en el suelo y escoltada por dos enormes “guardaespaldas”. Sobre tan precario tenderete, montones de fajos de billetes (de francos CFA) e idas y venidas de otras mujeres que hablaban con la responsable del chiringuito e intercambiaban tacos de billetes contados por volumen, a ojo. Unas traían dinero y otras lo recogían. Era el banco de las Nana-Benz, las comerciantes exitosas de tejidos del África Occidental. “Cogía los fajos a ojo y si a una y a otra les servía sería porque el cálculo era muy exacto”, comentaba divertida López. “Seguramente esa mujer no sabía leer ni escribir”, se aventuraba la investigadora, “y solamente viéndolo no había manera de saber cómo funcionaba el intercambio, la verdad es que lo único seguro es que no había anotaciones, ni contaban el dinero”. Este puede ser un atractivo resumen de la explicación que Lola López ofreció en el curso “Àfrica Sudsahariana. Especificitatsculturals i desenvolupament”, organizado por el Centre d’Estudis Africans, sobre la economía más pujante en África, la economía popular.

Desde occidente habitualmente se denomina este tipo de actividades economía sumergida, aunque su presencia es más que patente en las ciudades; o economía informal, aunque como cualquier actividad tiene unas normas bien establecidas y perfectamente conocidas por los que la practican. Se trata de las formas que habitualmente tenemos de desacreditar lo que escapa de nuestras categorías, de intentar con las palabras que algo sea menos importante de lo que en realidad es. Otros, los más condescendientes hablan de estas actividades como “economía social solidaria” una denominación, en palabras de Lola López, “excesivamente romántica. “Es cierto que las normas de esta economía se basan en el componente de solidaridad de grupo que tiene la cultura africana pero tampoco hay que perder de vista que el objetivo es el interés, el beneficio y la inversión.

Pujanza y dinamismo
Lola López trató de poner de manifiesto la importancia de esta economía (mucho más que un sector) que se escapa de la institucionalización. Sólo por citar algunos de los datos aportados por la investigadora estas actividades generan el 90% del empleo urbano y entre el 40 y el 60% del PIB, según las informaciones de las instituciones internacionales. En definitiva “es la economía que más crece, la que más responde a las necesidades de la población, la que más riqueza genera y la que mejor se adapta a las condiciones concretas y a los problemas del mercado, a pesar de que se sigue considerando economía de supervivencia sin prestar atención a su expansión, al potencial emprendedor y a la innovación que genera”, señaló López.
Y si es así, ¿por qué seguimos empeñados en menospreciarla? Básicamente porque se escapa de nuestras categorías, porque resulta incomprensible desde la mentalidad reduccionista occidental. Lola López planteó uno de los motivos fundamentales de esta incompatibilidad. “Una de las características que la hace difícilmente mesurable es que nosotros lo monetarizamos todo. En la economía occidental, todo tiene calculado un coste en dinero, en la economía popular urbana africana no”. La investigadora trató de explicar que muchas de las relaciones de esta economía se basan en la cesión, sin cobro, pero que de alguna manera se debe.
Lola López tiró de ejemplos concretos, la mejor manera de hacer comprensible algo que después se entiende de una manera perfectamente clara. Un africano deja a otro dinero porque atraviesa una mala racha. Cuando el segundo se recupera, estabiliza su situación y consigue una cierta prosperidad no correrá a devolver el “préstamo”, tampoco el primero lo reclamará si no es estrictamente necesario. Con esta dinámica de relaciones lo que le debe uno al otro no es el dinero que le ha dejado, sino el favor que le ha hecho ayudándole en un momento de estrecheces. Lo que el primero tiene en el banco no es el dinero que ha prestado, es el favor que ha hecho y que en caso de necesidad se puede materializar de las maneras más diversas y, en ocasiones, mucho más valiosas que la cantidad adeudada en sí misma. En todo caso, lo mejor que le puede pasar al “acreedor” es que nunca necesite hacer efectiva la deuda, porque significará que las cosas le van bien y porque será un as en la manga, un clavo al que agarrarse en caso de necesidad. ¿Acaso no es un sistema más humano que el interés variable, el Euribor o el TAE…?

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