martes, 22 de noviembre de 2011

La cooperación que madura con la autocrítica


Precisamente un día antes de que El País haya publicado un artículo sobre la salud de la cooperación (“La cooperación no es una causaperdida” de Lola Huete Machado) a Jacobo Ocharan le tocó abordar un tema comprometido en el Curs “Àfrica Sudsahariana. Especificitats culturals idesenvolupament”. Ocharan, profesional de la cooperación desde hace más de quince años, tenía un encargo resbaladizo, hablar sobre “Cooperación, desarrollo y ayuda humanitaria”, el título de la sesión llevaba incorporado una apostilla “una visión crítica”, pero teniendo en cuenta que ser crítico o no es una cuestión muy subjetiva, Ocharan prefirió ponerlo, de entrada, entre paréntesis. 

En todo caso, no se le puede negar una visión honesta de este ámbito que en los últimos tiempos está siendo controvertido. Ocharan fue crítico o, al menos, lo fue con un matiz que por sí mismo ya es una declaración de intenciones. “La crítica a la cooperación al desarrollo es tan antigua como la propia cooperación. Y la crítica a la cooperación al desarrollo en África es tan antigua como la propia cooperación en África”, anunció antes de entrar directamente en materia. Su planteamiento resulta, cuando menos, sincero y un argumento, objetivamente, de bastante peso.
“Este (el de la cooperación al desarrollo) es uno de los sectores más autocríticos y sin duda, uno de los que más ha estudiado, investigado e invertido para aprender de los errores. Es curioso que muchos otros sectores no hayan hecho lo mismo, como el financiero, por ejemplo”, comentó Ocharan, como inicio de lo que se anunciaba como su análisis crítico. A modo de ejemplo de esta autocrítica que el profesor ve casi tatuada en el propio espíritu de la cooperación planteó el nacimiento de algunas organizaciones que precisamente nacieron de ese proceso. Ocurrió con Médicos Sin Fronteras, frente al modo de actuar de la Cruz Roja en un momento determinado, y también con Oxfam como respuesta a la actitud del gobierno británico. “Ahora estas dos entidades también hacen crítica”, advirtió.
Sin embargo, uno de los elementos más valientes de su sesión fue mostrar esas críticas. Es sano, aunque no habitual que el que está cuestionado tenga el coraje de mostrar los argumentos en su contra, para tratar de rebatirlos, en algunos casos, o, incluso, para reconocer otros. Parece que un proceso así es un ejercicio real de autocrítica sincera y constructiva.
Para abanderar estas corrientes críticas Ocharan mostró las posturas de Dambisa Moyo y de Gustau Nerín. La primera autora defiende que viendo los resultados de la ayuda al desarrollo en África desde las independencias lo mejor sería ponerle fin “porque crea dependencia y  desincentiva a los gobiernos africanos a buscar otras soluciones”. Así explicó Ocharan la posición de esta economista zambiana que propone como solución una apertura del comercio más igualitario y con la eliminación de ciertos obstáculos.
Nerín, por su parte, considera la cooperación como una forma de neocolonialismo, según Ocharan, un elemento que fomenta la corrupción de los gobiernos africanos y la falta de transparencia y que se echa en falta la rendición de cuentas por parte de las ONG. Además de la premisa de “todo por África, pero sin África”, es decir, la negación de la participación de los “beneficiarios”.
Las críticas en tela de juicio
Respecto a los argumentos de Moyo, Ocharan planteó sus dudas en relación con la utilidad de un comercio liberalizado como solución a los problemas de África. “Si no podría imputarse a la cooperación todos los éxitos de África, tampoco es justo que se le atribuyan los fracasos”, comentó Ocharan. Por otro lado, en relación a las críticas de Nerín comentó que algunos de los argumentos son sólidos, pero que, por ejemplo, la lucha contra la corrupción y los procesos de transparencia y rendición de cuentas son preocupaciones de las ONG en las que han trabajado y avanzado mucho en los últimos años “aunque no quiere decir que no se pueda seguir mejorando”. Y finalmente, un reconocimiento: “No podemos romper completamente la imagen del negrito desamparado, porque nuestros objetivos se verían seriamente afectados. Es cierto, en ese sentido, a veces, le hacemos el juego al sistema”.
En todo caso, Ocharan reclamó una mejora de la imagen de África a través de los medios, un tratamiento más respetuoso de la imagen en los casos de emergencias y un aumento del papel de las víctimas y de los protagonistas directos africanos, en detrimento de las ONG, que habitualmente se convierten en intermediarios por comodidad de los propios medios y por interés. Además del discurso autocrítico Ocharan obligó a los asistentes a tomar partido, a argumentar a favor y en contra de algunos de estos argumentos, todo ello para conseguir que el mensaje calase, para que su impacto fuese más directo. Un esfuerzo de movilización y de mejora que es de apreciar.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Consejos de desarrollo del “Norte” que el “Norte” nunca aplicó


Occidente, el “norte”, el Primer Mundo, o como se quiera llamar a esa parte del mundo que impone a la otra formas de vida y modelos políticos, económicos y de todo tipo como pretendiendo moldearlo a su imagen y semejanza. No siempre fue desarrollado. O, al menos, algunos de sus miembros más prominentes, no lo fueron. Incluso, se podría ir más allá, recordando que fueron colonias, es el caso, por ejemplo, de los Estados Unidos. Resulta interesante mirar con un poco de perspectiva, como hizo ayer el profesor Eduardo Bidaurratzaga en la sesión “África en la economía mundial” que impartió en el curso “Àfrica Sudsahariana. Especificitats culturals i desenvolupament” que organiza el CEA en colaboración con la Facultat d’Humanitats de la UPF.

Entre el aluvión de ideas, propuestas, debates, datos y dudas que Bidaurratzaga arrojó sobre los presentes en un continuo ejercicio de provocación, el profesor mencionó a Ha-Joon Chang, economista surcoreano autor del libro Retirar la escalera.  Chang “ha puesto sobre la mesa algunas realidades incómodas”, advirtió Bidaurratzaga. La teoría se empeña en decir que la especialización no solo favorece al que se especializa sino también a todos los demás, sin embargo parece ser que mirando algunos ejemplos, la fórmula no es tan simple.
Según Bidaurratzaga, Chang hizo un análisis histórico para tratar de descubrir cómo los países que ahora son desarrollados llegaron a estar donde están. Y la respuesta no puede ser más ilustradora: “No hicieron nada de lo que ahora recomiendan hacer a los países subdesarrollados”. El profesor citó el caso de los Estados Unidos que como es bien sabido fue una colonia británica. En aquel tiempo, los británicos recomendaron a los Estados Unidos especializarse en lo que realmente se suponía que hacían bien, la producción de materias primas. El Reino Unido pretendía que al otro lado del Atlántico se construyese el gran granero de Occidente. Sin embargo, la fórmula que aplicaron fue bien distinta. Desoyeron los consejos intencionados (no necesariamente bienintencionados) y se empeñaron en la industrialización. Ahora son los Estados Unidos los que reproducen el modelo, asegurando a los países africanos que el mejor camino hacia el desarrollo es profundizar su especialización primario-exportadora… ¡Vaya, el habitual “consejos vendo y para mí no tengo”!

La propia responsabilidad
Sólo a modo de apunte del bombardeo de ideas transgresoras lanzadas por Bidaurratzaga se puede mencionar el factor de subdesarrollo que señalan algunos profundos estudios de sesudos economistas. La conocida como “variable África” trata de dar respuesta a la pregunta de, ¿qué pasa en África que no funciona? Y la formulación de esa variable es un argumento perfecto: “pues ella en sí misma”. Y digo un argumento perfecto porque es tan pobre que ni siquiera deja espacio a ser refutado. Había pensado en calificarlo de “infantil”, pero no me parece justo considerar a los niños tan irracionales como este aplastante argumento.
Otro de los reproches habituales a la posición de África en el sistema económico mundial, suele ser que “África está excluida, marginada de este sistema”. Y la explicación más habitual es que cuando pasó el tren, África caminaba tan lento que no fue capaz de cogerlo, su propia dinámica económica le dejó fuera. Ella y, sólo ella, es la responsable. Ante este diagnóstico, el tratamiento parece simple, debe abrirse más a la economía mundial, debe hacer un esfuerzo por insertarse en el sistema internacional… Pero, ¿y si el diagnóstico es erróneo, o más bien voluntariamente erróneo?
Bidaurratzaga esgrimió en su sesión tablas, datos objetivos, análisis empíricos que demuestran que la economía africana es una de las que más actividad internacional tiene y no sólo eso, sino que además esa extraversión es creciente. Entonces… quizá la formulación del problema debería ser otra. Quizá no se trate tanto de un problema de inserción en el sistema mundial, como de una enorme inserción pero en condiciones desventajosas.

Dar la espalda al derrotismo
Después de hablar de Ayuda Oficial al Desarrollo, de Índice de Desarrollo Humano, de flujos financieros, de modelos productivos, de papel en el comercio internacional y de muchas otras variables económicas, Bidaurratzaga se pasó al lado de los aspectos positivos. “No podemos obsesionarnos con que África está fatal y, sobre todo, con que está peor que nunca, porque hay datos que arrojan muchas dudas sobre esta segunda parte”, explicó el profesor. Algunas variables han mejorado en los últimos treinta años. Sólo un ejemplo: “La tasa de mortalidad infantil se ha reducido en todo el mundo, incluida África Subsahariana. Es cierto que es la región en la que menos se ha reducido, pero no se puede discutir que se ha reducido”. Así, el profesor señalaba que “la situación podría haber mejorado más, si se hubiesen aplicado políticas sociales más activas, pero lo cierto es que han mejorado”.
Más allá de la crítica, los asistentes a la sesión de Eduardo Bidaurratzaga se llevaron algunas reflexiones sobre la situación, posibles soluciones, caminos que sería deseable recorrer como un replanteamiento de la cooperación con una visión más planificada, más estable y menos volátil, menos dependiente de factores externos; una superación de lo que se ha conocido como “fatiga de la cooperación”, porque “hay un compromiso con países que están como están porque nosotros lo hemos permitido”; la necesidad de un trabajo para fortalecer el Estado (“el que los responsables del subdesarrollo han colaborado a desmontar”), sobre todo, a través del apoyo a los movimientos sociales; o la ruptura del consenso de Washington, que negaba la heterogeneidad de las realidades africanas y proponía una única fórmula de desarrollo basada en la liberalización.
A modo de resumen muy práctico y declaración de intenciones: “Yo creo en la cooperación, pero reconozco que al desarrollo no se llega por la cooperación y que lo ideal es que el proceso de desarrollo sea lo más autónomo posible. Sin embargo, la cooperación debe tener un papel de acompañamiento a ese proceso de desarrollo, sin establecer condiciones ni tratar de dictar la agenda”.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Cuando los europeos destruyeron el modelo de desarrollo rural africano

¿Cómo puede ser que a pesar de las inversiones, de la ayuda al desarrollo, de las buenas producciones de materias primas, algunos países africanos se mantengan aferrados al subdesarrollo, como si se tratase de un callejón sin salida? La respuesta se puede abordar desde los ámbitos más diversos. Se podría hablar de la manipulación intencionada de las reglas del mercado, de la desigualdad de los intercambios, de la especulación con productos (alimentos) básicos…, y de muchas otras cosas. Sin embargo, hay una razón primigenia. Una especie de pecado original de la colonización económica, que casualmente coincide con el pecado original del subdesarrollo. Así lo explicó el profesor Antonio Santamaría en su sesión sobre “Desarrollo rural i agrícola” del Curs “Àfrica Sudsahariana. Especificitats culturals idesenvolupament”.

El hecho es que antes de la llegada de los colonizadores África no era un continente hambriento, básicamente porque a pesar de las condiciones climáticas y geológicas adversas, los agricultores africanos habían logrado diseñar un modelo de explotación eficiente y sostenible. Los siglos de conocimiento acumulado les habían llevado a construir el sistema de organización agrícola más adecuado que, por cierto, los europeos hicieron saltar por los aires. La principal diferencia, sustancia, radica en la concepción de esta actividad. Según Santamaría el modelo tradicional africano tiene como objetivo “minimizar los riesgos” y garantizar el sustento; mientras que el de los colonizadores lo que pretende es “maximizar el beneficio”. Es cierto, que el modelo autóctono no genera excedentes, pero asegura la supervivencia y, a la vista de las consecuencias, no se puede decir lo mismo del modelo impuesto por los europeos.
“Los africanos habían dado una respuesta a ese medio hostil”, aseguró el profesor. El esquema de esta respuesta es básico pero práctico y, sobre todo, es multifactorial. Por un lado, el bosque que ofrece entre muchas otras funciones (culturales, rituales y religiosas) recursos diversos tanto de material de construcción como de alimentos a través de la recolección de los comestibles más variados. Por otro lado, las zonas montañosas que suponen una otro ámbito de biodiversidad, es decir, una “oferta” diferente de productos aprovechables. Los ríos son un canal de comunicación y una fuente de agua para actividades múltiples, pero también un lugar en el que pescar y cazar y un entorno para cultivar productos como el arroz y para el crecimiento, por ejemplo, de árboles frutales. Las zonas húmedas de los cursos fluviales suponen un lugar adecuado para el pasto y por tanto para la ganadería. En el centro del esquema se sitúan las aldeas y muy próximos a ellas los huertos de los que se extraen las hortalizas y los campos en los que se cultivan, por ejemplo cereales.
“Es un sistema equilibrado que ha durado miles de años y que permite minimizar los riesgos”, según la explicación de Santamaría. Cuando las condiciones climáticas no son adecuadas para el cultivo queda el recurso de la recolección en la gran despensa del bosque, por ejemplo.
Sin embargo, “la colonización introdujo un nuevo sistema de explotación de la tierra basado en la producción intensiva de productos destinados a la exportación, cuyo objetivo es maximizar los beneficios”, anunció el profesor. Las explotaciones intensivas requieren condiciones distintas a las existentes y conducen, por ejemplo, a la tala de bosques. El trabajo en estas explotaciones también impone cambios que se traducen en el desplazamiento de la población y en la disgregación de las familias, sin ir más lejos, para que los hombres puedan ir a trabajar.
“Lo más grave de estas modificaciones”, según Santamaría, “es que se destruye el sistema de subsistencia y se incrementan los riesgos”. La dependencia de un solo producto de plantación extensiva debilita la capacidad de adaptación y la garantía de éxito. Resulta curioso, pero una máxima empresarial es la diversificación de la actividad y, sin embargo, en el caso de la agricultura africana los colonos adoptaron la tendencia contraria, seguramente con la convicción de que no serían ellos quienes sufrirían las consecuencias de un fracaso.
Antonio Santamaría ofrecía ayer el ejemplo más simple y más claro… Algunas poblaciones fueron desplazadas desde sus territorios tradicionales a otros ajenos. Sin entrar en cuestiones relacionadas con coacciones, con desalojos basados en la violencia u otras prácticas (que también se han producido), las consecuencias automáticas son graves. En estos desplazamientos algunos grupos humanos han pasado a lugares con presencia de mosca tse-tse teniendo que renunciar a sus actividades ganaderas, por ejemplo. Y ante climatologías y condiciones físicas diferentes, los conocimientos adquiridos (a lo largo de siglos de sacrificios y de ensayo-error) se hacen completamente inútiles. Todas estas modificaciones suponen un empobrecimiento de la población.
“El empobrecimiento individual, en términos generales, supone el subdesarrollo”, aseveró Santamaría. El profesor además sentenció: “Este es el proceso del inicio del subdesarrollo en África que coincide con el del crecimiento porque se produce más. Pero esa producción que se exporta no beneficia a los africanos porque se les destruye su organización social”.
Así de simple y así de crudo. Los desarrollados colonizadores enseñaron a los pobres africanos a destruir sus estructuras. Las veían como primitivas, puede ser, pero eran válidas. Eso sí, los grandes productores consiguieron su objetivo y, aún hoy, se siguen llevando la parte del pastel que, por cierto, no han cocinado.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Mbuyi Kabunda: “La democratización queda por hacer”


Asistir a una sesión del profesor Mbuyi Kabunda es como vivir un auténtico tsunami. Sin esperarlo, de manera inopinada llega una muralla de información que lo arrasa todo. Cuando el agua (o en este caso la información) se retira, uno se da cuenta de que todos sus prejuicios y sus ideas preconcebidas han quedado en ruinas y que ha llegado el momento de la reconstrucción. Para esta operación cuenta con los materiales que ha arrastrado la marea. Así fue la sesión sobre “Situació política actual a l’Àfrica Negra” que impartió en el Curs “Àfrica Sudsahariana. Especificitats culturals idesenvolupament” organizado por el Centre d’Estudis Africans i Interculturals en colaboración con la Facultad de Humanidades de la UPF.

La del profesor Kabunda es una ola gigante, pero no sólo de información, sino también de interpretación autorizada porque se basa en el conocimiento que da la investigación pero también la experiencia. Se trata de una opinión sensata y comedida porque se sitúa en lo que el mismo profesor llama el Afrorrealismo, una posición intermedia, intencionadamente equidistante entre el Afropesimismo “cínico y con tintes racistas”, según el propio Kabunda que insiste en los fracasos de África y los africanos; y el Afrooptimismo, una visión idealizada y excesivamente positiva de la sociedad africana. “Ni todo es malo, ni todo es bueno. No hay que cambiar la lente para analizar los problemas de África”, advirtió el profesor.
Kabunda anunció que hablaría sobre el modelo de Estado africano, sobre la cuestión de la construcción nacional y las diferencias étnicas, sobre los conflictos y también sobre las soluciones. Y los asistentes a su ponencia se encontraron con un recorrido histórico completo, perlado de interpretaciones políticas y filosóficas y aderezado con una actitud crítica y constructiva, tanto hacia el papel de occidente como hacia el rol de los propios africanos.
Del proceso de descolonización, el profesor Kabunda extrae una conclusión sencilla: se debió a causas externas, pero también interna. Con tono irónico, el experto congolés señalaba: “A menudo se dice que nosotros no hicimos nada. ¡Ja!”. Y recordaba los movimientos intelectuales, culturales y sindicales que dieron forma y contenido al nacionalismo africano (desde el etiopianismo hasta el panafricanismo o la negritud, pasando por reivindicaciones como la igualdad de salarios. “Por el mismo salario el blanquito cobraba cien veces más que el negrito”, advirtió”).
De los primeros gobiernos independientes, destacó la voluntad de sus líderes de “apropiarse del poder político y con él de los recursos económicos, apoyándose en una red de clientelas”. Este es el origen de una conflictividad intercomunitaria de fatales consecuencias, sobre todo en términos de represión.
También tuvo críticas para el régimen de partido único que se impuso tras los primeros modelos de pluralismo liberal impuestos por las independencias. “Se acabó el desorden”, señaló en referencia a la primera época de enfrentamientos locales, “los hermanitos pretorianos han llegado”. Y así fue como, según Kabunda, la “trinidad” formada por militares, intelectuales y funcionarios confiscaron el poder en su provecho. El balance de este periodo es “catastrófico” en palabras del profesor congolés: “ni lucharon contra el neocolonialismo ni potenciaron el desarrollo económico y violaron sistemáticamente los derechos humanos”.
Las décadas de los años 80 y 90 llevaron a África el proceso de democratización, de la mano del final de la Guerra Fría, los gobiernos occidentales y las instituciones económicas internacionales impusieron una receta mágica (y ficticia): partido único = dictadura; multipartidismo = democracia.
Pero esta simple ecuación no cuenta con una variable, la posibilidad de que sólo cambien las formas, de que los dictadores sigan controlando el aparato del Estado, de que en unas elecciones formales haya alternancia, pero no alternativas. Ésta no es sino una consecuencia de la imposición de un modelo ajeno, de la fiebre por capturar la imagen de individuos introduciendo un voto en una urna sin haber trabajado la cultura democrática. “Ni el desarrollo ni la democracia son productos que se puedan importar y exportar, deben nacer en el propio territorio”, alertó Kabunda. De ahí que el balance, la conclusión sea que “la democratización queda por hacer, porque se ha limitado a un mimetismo de la democracia occidental, perdiendo de vista que en occidente vino de proceso histórico de encuentros y desencuentros y de conflictos”.
En medio de toda esta crítica se alza un faro, Kabunda rescató un elemento, la sociedad civil “aparecida durante el proceso de democratización y que cada vez es más dinámica y luchado, que es la que pone límites al poder”. Esta sociedad civil, no ha surgido de la nada, desde la interpretación de este experto congoleño, se arraiga en “la cultura de resistencia de la sociedad africana que le permitió sobrevivir a la esclavitud, a la colonización, al neocolonialismo y a la dictadura”. Esta sociedad civil es además una pieza clave en la resolución de los conflictos (porque conoce sus causas profundas y porque tiene herramientas tradicionales de resolución no traumáticas), en la que además deberían implicarse las organizaciones internacionales, los estados, los medios de comunicación y las ONG, para completar “la estrella de la paz”.
Así terminó Mbuyi Kabunda su intervención, con una nota positiva, optimista y constructiva.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Un proceso sin precedentes (y de difícil repetición)


En un periodo relativamente corto de tiempo todo un continente (casi todo, mejor dicho) accedió a la independencia, un proceso que hoy en día nos parece absolutamente impensable. Esta es la idea fundamental de la sesión “Història contemporània” que ayer dio Eduard Gargallo en el Curs “ÀfricaSudsahariana. Especificitats culturals i desenvolupament”. Una visión por la historia del continente desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad.
Gargallo realizó un minucioso repaso por el proceso de descolonización, un detallado recorrido que ayuda a entender algunas de las dinámicas que se han generado en la actividad de los nuevos gobiernos independientes africanos. En la superficie se ve corrupción y mala gestión de los recursos. En la parte sumergida del iceberg, sin embargo, está la explicación de estas situaciones. Es cierto, cuanta más información se tiene, más preguntas aparecen, pero la explicación de Gargallo permite aclarar algunas dudas.

• ¿Por qué los estados europeos se empeñaron en mantener las posesiones coloniales? La marcha de la economía colonial era esperanzadora para los administradores. Pura ley del mercado. La demanda de la economía de guerra y la posterior reconstrucción hicieron aumentar el precio de las materias primas. ¡Vaya, los habituales intereses económicos! Pero hay, según Gargallo una segunda razón completamente aplastante: los estados coloniales necesitaban mantener su situación de prestigio y la empresa imperial aparecía como un buen argumento.
¿Por qué fue creciendo el clima anticolonial? Además de las declaraciones internacionales y del posicionamiento de la opinión pública, Gargallo atribuye el cambio de mentalidad a lo que él llama “los efectos negativos de los positivos”. Parece complicado pero basta con pararse y escuchar la explicación de este investigador. Durante la colonización se había extendido (relativamente) la educación y se habían formado las élites educadas que empezaron a quejarse por la desigualdad de oportunidades. La dinámica económica había hecho aumentar la población urbana y una clase “proletaria” que empezó reclamando derechos laborales y terminó exigiendo derechos políticos. Finalmente, el aumento del número de colonos había permitido desarrollar algunas empresas, cierto, pero también perjuicios para la población autóctona y una “conflictividad creciente”. Es decir, un caldo de cultivo más que adecuado.
¿Por qué crecieron los movimientos nacionalistas africanos? Las potencias coloniales aplastaron las primeras expresiones de descontento, acabaron con las manifestaciones armadas, pero no pudieron aplacar unas protestas que iban en aumento. Y entre otros motivos, las potencias se dieron cuenta de que negociar con los nacionalistas una independencia  controlada frenaría los extremismos y la posibilidad de que los nuevos estados se escapasen de su “supervisión”.
¿Por qué se produjeron procesos de independencia tan dispares? Francia aplicó su doctrina centralista a los procesos de autodeterminación. Reino Unido, sin embargo, optó por soluciones a medida. Portugal (igual que España, con su microimperio) se aferró a las colonias como expresión de su régimen dictatorial.
Las respuestas a estas preguntas van dando pistas de las que realmente acaban siendo esclarecedoras:
¿Qué esconde el modelo de nuevos estados independientes? Según Gargallo, las independencias fueron lideradas por las élites educadas locales cuyo “objetivo era echar a los europeos pero no para establecer un régimen de libertades sino para monopolizar el poder y, sobre todo, para mantenerlo”. De ahí, la estructura del Estado diseñada, perfecta para poder mantener las redes de favores.
¿Por qué proscribieron las estructuras tradicionales? Gargallo aseguró que se consideró una herencia del colonialismo, con el que algunas autoridades tradicionales habían colaborado. Además “se consideraban retrógradas, reaccionarias, oscurantistas y contrarias a la modernización”. Pero, sobre todo, porque evidenciaban las diferencias étnicas y entorpecían el proceso de construcción nacional… en realidad, el discurso antiétnico “escondía la propia etnicidad de los que estaban en el poder, su política pretendidamente neutral era en realidad la voluntad de favorecer a su grupo”.
¿Por qué fracasaron estos modelos de Estado? Seguramente, los nuevos gobernantes cometieron un error de cálculo, pensaban que sus países contaban con más recursos de los que tenían y no pudieron soportar el aumento de los servicios públicos. La deriva autoritaria había llevado a los estados hacia modelos de partido único. La perspectiva occidental hace pensar en un déficit democrático, pero lo cierto es que si se mantuvieron durante más de dos décadas fue por el apoyo de las potencias occidentales. Los dictadores les resultaban “útiles” porque mantenían sus intereses económicos y respetaban los acuerdos prioritarios. Además el enfrentamiento de los dos bloques durante la Guerra Fría generaba un equilibrio precario. Cuando el bloque soviético cayó, el occidental dejó de necesitar a los dictadores africanos y empezó a imponer condiciones… No son sólo cuestiones políticas, cerraron el grifo de la financiación, lo que hizo aflorar la conflictividad social…
Y con esta explicación, después de la clase de Eduard Gargallo se impone preguntarse: ¿Quién es responsable? Para esa pregunta, cada uno debe darse su propia respuesta, aunque con información mucho mejor.