viernes, 9 de diciembre de 2011

El África no conflictiva no cabe en los medios


Es curioso pero apenas recibimos una imagen (repetida y repetida hasta la saciedad) de África y la gente en general no se sorprende. Si en televisión los catalanes apareciesen siempre (invariablemente) con barretina y haciendo castells el resto del mundo se preguntaría, ¿pero esta gente no hace otra cosa en la vida? Eso es lo que pasa con África, a diferencia de que muy pocas personas se hacen esa pregunta. Casualmente, el día que Antoni Castel hablaba sobre la imagen que los medios ofrecen de África en el curso del Centre d’Estudis Africans “Àfrica Sudsahariana. Especificitats culturals idesenvolupament”, el telediario de la noche de La 2 dedicaba un tiempo inusualmente largo al continente. Se enlazaron tres piezas seguidas (por otro lado, sin más relación que el escenario africano). Una de ellas hablaba sobre el maltrato a los homosexuales, otra sobre sida y la tercera eran una declaración relacionada con el conflicto en Costa de Marfil. Definitivamente como decía Castel “el África no conflictiva no cabe en los medios”.

En las agendas de los medios de comunicación, según explicaba el profesor, África no es prioritaria (de hecho ocupa el último escalón) por eso lo que se hace primar es el espectáculo (sobre todo en televisión) y “qué mayor espectáculo que una guerra”. Por otro lado, el imaginario racista alimentado desde el S.XIX presenta un África salvaje, caótica, ingobernable, desorganizada, incapaz de abrazar la modernidad y dependiente de la ayuda humanitaria. Y los consumidores de los medios de comunicación deben recibir lo que “demandan”, es mejor que no se les obligue a pensar rompiendo estereotipos porque se puede perder su atención, así que con eso el círculo queda cerrado. Prima el criterio de la violencia y el caos.
De alguna manera, este proceso tiene mucho de inconsciente, ya que la visión de los periodistas, a menudo, está teñida de ese imaginario colectivo que viene de los grandes pensadores, los viajeros y exploradores del S.XIX, que se mantuvo con la literatura colonial pero que se ha alimentado con la literatura y el cine actuales. Aún hoy “se dibuja un África de paisajes y negros sumisos y únicamente constituye un bonito decorado para historias de blancos”, según Castel. Los propios periodistas se sienten incapaces de comprender la complejidad de los procesos africanos y, por eso, las referencias se quedan en la superficie, en la imagen de impacto. Incluso en las informaciones de conflictos, Castel se quejó de que “es casi imposible que a través de la prensa se llegue a saber qué quiere el grupo que se ha revelado”. Porque todo lo relacionado con África se presenta como movido por reacciones atávicas, despolitizado y ello sin contar con que es mejor obviar las implicaciones de occidente en estos conflictos.
Así, a partir de estudios empíricos, Castel hacía una radiografía de la imagen de África transmitida por los medios: un continente atrasado tecnológicamente e incapaz de desarrollarse; indolente, pasivo y sin iniciativas propias, más allá de las que llegan de occidente; lastrado por prácticas atávicas que le impiden abandonar ese estado “prehistórico” como las creencias, el fanatismo religioso, el tribalismo y la tradición irracional; y absolutamente dependiente del exterior, prolongando la misión civilizadora de occidente.

También hay sitio para soluciones
Hasta aquí el discurso es catastrofista, casi tan providencialmente negativo como la propia imagen transmitida de África. Sin embargo, quiso abandonar esa cómoda postura y en concordancia con sus críticas, plantear soluciones. La fórmula para que lo que se dice de África se parezca un poco más a África no es compleja, aunque hay que reconocer que su puesta en práctica se encuentra con obstáculo. En todo caso, las propuestas de Antoni Castel son claras: occidente, los medios y los periodistas deben dejar de mirarse el ombligo, de considerarse el centro y dar más voz a los africanos; los periodistas deben formarse, para tener argumentos con los que defender sus posturas; las informaciones deben dar más espacio al “África que camina” a la de las iniciativas, a la de las soluciones imaginativas y creativas para los problemas del día a día; la información se debe dar desde el terreno, pisando la tierra y sintiendo el ambiente; y los medios deben practicar el periodismo preventivo, prestar más atención a la etapa de gestación del conflicto y no esperar a las imágenes de impacto.
El mensaje de Castel, a pesar de todo, es optimista. “No todo está perdido” y hay que aprovechar las oportunidades para superar los obstáculos. La competencia entre los propios medios puede ser una puerta entreabierta para la entrada de ese África diversa; los nuevos formatos, lo nuevos medios, los especializados y Internet son algunas de las ventanas por las que se puede colar el aire fresco del dinamismo real africano. “No todo está perdido”, ese es el mensaje.

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