miércoles, 7 de diciembre de 2011

Los hechos se imponen: la tradición africana es dinámica

“Tradicional” se usa a menudo como adjetivo despectivo y condescendiente, casi para expresar un poco de respeto al no decir directamente “viejo”. La palabra nos evoca algo del pasado, inmóvil, pero además no sólo inmóvil en sí mismo sino que además impide anquilosa a lo que le rodea. Es cosa de ignorantes que se niegan a modernizarse, de retrógrados. Y en el caso africano, tradicional se interpreta como toda la oscuridad y la sombra que había antes de que el hombre blanco llegase a aportar luz; es reaccionaria y primitiva; el principal obstáculo para el desarrollo y el progreso… La tradición en África tiene todas estas connotaciones negativas, sobre todo, para aquellos que se niegan a ver el dinamismo de la sociedad africana, su enorme capacidad de adaptación y de supervivencia, aquellos que no entienden que puede haber más esquemas de pensamiento que el propio. Por eso el planteamiento de Albert Farré, antropólogo e investigador del ISCTE-Lisboa y del CEA resulta interesante: “La tradición está relacionada con el cambio social. En realidad se trata de un itinerario de cambio social propio”.

Farré aportó los argumentos necesarios para defender esta tesis en la sesión sobre la “Coexistencia de poderes tradicionales y modernos” del curso “Àfrica Sudsahariana. Especificitats culturals i desenvolupament”, organizado por el Centre d’Estudis Africans i Interculturales. Empezando por la necesidad de cambiar el marco de explicación y prejuicios tales como la dicotomía entre consenso y autoritarismo, la economía de subsistencia, el sentido crítico o la noción de persona.
En primer lugar, en el debate entre consenso y autoritarismo, la experiencia del colonialismo y el modelo de estado implantado con las independencias han dado relevancia a la tendencia autoritaria. En relación con la imagen de la “economía de subsistencia”, no se debe olvidar que históricamente África ha generado excedentes y ha tenido un potente comercio internacional, y tampoco hay que perder de vista que el modelo empleado en África nunca ha sido productivista, sino que se ha basado en un “cierto control de la producción y de la demanda”, según Farré. El investigador también desmontó el mito de la apatía, del conformismo y de la actitud acrítica africana. Es cierto que esa disidencia no se ha articulado al estilo occidental (a través de los intelectuales y de los movimientos sociales), pero sería injusto olvidar la fortaleza de las redes de solidaridad y de los casos de revueltas promovidas desde la base con actores diversos. Por último, la concepción de la persona en occidente es mucho más individual, mientras que en África la persona se explica por sus relaciones, que al mismo tiempo definen al individuo y a los demás. Se podría decir que la persona africana es una persona en red.

El estudio de casos no deja lugar a dudas
Teniendo en cuenta estos pilares basta con poner sobre la mesa algunos casos en los que los africanos han sido capaces de hacer coincidir tradición y modernidad con una magistral maestría, una combinación que aparece casi como imposible, pero que en los hechos se demuestra viable. Farré desgranó múltiples casos como el de Paulino Gomes en Guinea Bissau, un individuo escogido como representante tradicional por su prestigio en el estado moderno y repudiado por este último aparato por ese motivo. El Estado no tuvo más remedio que hacer un reconocimiento tácito de esa capacidad de Gomes que acabó ostentando el título de rey ante sus conciudadanos y el de representante regional ante el Estado compatibilizando dos dimensiones que parecían irreconciliables.
O el caso de Mutesa II, el kabaka (rey) del reino Buganda en Uganda, licenciado en ciencias políticas por la universidad de Oxford y cuyo título está reconocido por la constitución ugandesa, aunque carente de atribuciones. Ante un conflicto relacionado con un bosque sagrado, que había generado una delicada crisis política en el país, Mutesa II en vez de aparecer como agraviado se ofreció como mediador entre las dos partes, lo que de pronto le colocó en medio de la esfera política estatal.
En Mozambique, Senegal o la República Democrática del Congo se pueden hallar casos similares de ingeniosas y creativas compatibilidades de esferas distintas. La otra cara de la moneda, también presentada por Albert Farré en un ejercicio de honestidad, transparencia y rigor científico, se encuentra en el caso de Swazilandia, donde el rey es el Estado y su poder es absoluto e incluso despótico. Sin embargo, es sólo un espejismo, ya que el de Swazilandia no se puede considerar un rey tradicional. Los reinos tradicionales tienen siempre mecanismos para contrarrestar el poder del rey (un complejo sistema de división de poderes), pero la administración colonial, según Farré, eliminó estos mecanismos de contrapeso para simplificar su actividad y dio a luz una estructura de estado autoritario, muy similar a las dictaduras occidentales.

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